Embarcarse por primera vez en un proyecto académico, grande o pequeño, implica ser conscientes de que vamos a comenzar un camino sinuoso (y a veces tortuoso) en el que tendremos que aprender a tomar decisiones importantes, ser consecuentes con nosotros mismos y aceptar las responsabilidades. Es como transitar una senda curva en la que, a cada pocos pasos, se nos presentan bifurcaciones, ante las cuales debemos detener nuestra marcha para reflexionar cuál es la más certera, o la más conveniente para nosotros. Otras veces, el camino se adentra en la espesura y hemos de librarnos de los obstáculos que nos impiden avanzar.

Mi andadura, en realidad, habría comenzado unos dieciocho meses antes, cuando al final del primer cuatrimestre de tercer curso una de nuestras profesoras nos advirtió acerca de ir pensando y hablando con los profesores que quisiéramos como tutores de nuestros TFG. Mi amigo y yo lo consideramos como el mejor consejo del año. Sin embargo, cuando decidimos contactar, a mediados de año, recibimos una respuesta negativa, pues algunas personas se nos habían adelantado. Ningún profesor podía dirigir más de dos proyectos fin de carrera. Desesperados al principio, recurrimos a un nuevo profesor, con el que yo llegué a acordar una posible temática. Mi amigo, en cambio, se había inclinado por otro investigador, atendiendo a su vocación, y le escribió para comunicarle sus intenciones. Recuerdo que en una ocasión le acompañé al despacho del mismo, debido a la incertidumbre que le paralizaba, pues no le había respondido debido a que había permanecido ausente del trabajo por motivos de salud. La falta de diligencia provocó una contestación tardía y que mi amigo se inclinara por el mismo profesor al que había acudido yo, generando una situación embarazosa para él... y no menos para el investigador, que afirmó primeramente que su sugerencia implicaba modificar sus planes docentes previstos para el próximo curso.
Transcurridos varios meses, iniciamos nuestro último año del Grado. Para entonces comenzamos a comprobar por nosotros mismos que apalabrar el TFG no era la mejor opción ni la que el decanato estimaba, administrativamente, más oportuna. Se requerían una serie de trámites y requisitos que podían concretarse en cualquier momento del curso académico. Existía una lista de líneas o temas propuestos por los profesores, y una "segunda vía" que consistía en proponer un tema por cuenta propia y un director para el proyecto. Mi amigo y yo no efectuamos la matrícula en septiembre, y cuando se publicaron dos meses después las asignaciones, sin previo aviso por parte de la Facultad, encontramos que el profesor con el que habíamos acordado nuestros temas ya había sido asignado. Nos habíamos metido en un callejón sin salida porque pocos días antes de que se publicara la resolución, habíamos matriculado los trabajos, y ahora nos veíamos obligados a cancelar dichas matrículas, lo que significó una pérdida de tiempo y quebraderos de cabeza innecesarios para nuestro rendimiento académico. Me vi obligada a consultar con el vicedecanato la mejor opción, y me aconsejaron postergarlo un año, al menos hasta la obtención del requisito lingüístico, que conseguí por casualidad antes de que finalizara el curso.
Casi dos años después de emprender la búsqueda del "camino más seguro", me encontraba aún en el umbral del pórtico, que ni siquiera en la entrada: ¿qué debo hacer? ¿solicitar varios temas de la lista y arriesgarme a que me den el que menos me gusta por nota media, o proponer uno que llevará meses que aprueben en una reunión de Facultad? Entonces, tuve que tomar mi primera decisión pero, antes de darme un auto-veredicto, consulté con profesoras con las que estaba interesada en hacerlo, llegado el caso. A veces, creemos erróneamente que solicitando opiniones ajenas disminuirá nuestra culpabilidad y nos exonerará de las consecuencias, pero al final uno siempre toma sus decisiones libremente y en solitario. Como sospeché, ninguno de los pareceres era unívoco: "X" pensaba que tendría que consensuarlo con el profesor que me fuera a dirigir; "Y", que debía elegir entre los temas de la oferta, según ella más conveniente, y a la vez establecer acuerdo; y, finalmente, "Z", que continuara con el docente y el tema que tenía previstos desde hacía casi dos años.
Llegada a este punto, realicé una valoración de la situación: hablar no resultaba efectivo en absoluto, porque en términos burocráticos tan sólo constaba una solicitud, cuya resolución se conocería un mes y medio más tarde, que podía efectuarse de un modo muy poco conclusivo y difícil de prever. Realizar el trámite, sí. Seguir con aquél profesor no merecía la pena, y menos si no era un experto directo en la materia que a mí me interesaba. Decidí que, habiendo una docena de posibles solicitudes, como habitualmente solía ocurrir, los profesores más demandados serían los más populares (normalmente, un número fijo), y que era difícil que me otorgasen la primera opción, pero, por otro lado, si proponía tema y profesor, debía apalabrarlo antes y esperar a una Junta que podía ser posterior a la resolución de las listas. Si éstas salían, no habría posibilidad de maniobra con las adjudicaciones, ya que no se pueden pedir más que los temas no elegidos. Me decidí por lo más obvio y más seguro: una moneda al aire, a cara o cruz. Cinco temas de la lista y... a cruzar los dedos...
Como estudiante de Grado, me había resignado y rebajado mis expectativas: el Grado no está pensado para que un estudiante se especialice en lo que más le gusta. La universidad se ajusta más a un estado de derecho, que a uno social y de derecho, porque la normativa así lo contempla: "el objetivo es garantizar que todos los estudiantes realicen su TFG", y no a "realizarlo acorde a sus preferencias". Durante la carrera estudiamos cosas que nos gustan y otras que no, y esto obedece a una concepción generalista de los planes de estudio. Tenemos que ser polivalentes, válidos para lo uno o para lo otro. La triste realidad de todo esto es que la situación podría haber sido mejorable, especialmente si los profesores conocieran mejor los trámites y procedimientos que hay que realizar para proyectos académicos de fin de estudios. En fin, a uno a veces no le dicen que para caminar por el monte es mejor llevar botas... y que si piensa que es de tierra, que se va a encontrar con un pedregal... En esto, como en todo, se aprende a base de equivocarse y tomar decisiones.